The Lieder

Por Hugo Clemente
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Lied

Lied en alemán significa canción y se trata de una forma de poemar la música clásica. Una canción tal y como las conocemos hoy con estrofas y estribillos, originalmente arregladas para una sola voz y piano y popularizadas por Shubert. Algunas componen una serie de canciones relacionadas por una narrativa o tema común. Los lied fueron desarrollados sobre todo por Schubert y Schumman durante el romanticismo.

La montaña

Te encuentras una mañana con una amiga a la que hace quince años que no ves y os vais al bar más cercano a poneros al día. Allí te cuenta que sus últimos años han sido tan duros como reveladores. Problemas severos en el trabajo, una separación sangrante de una pareja de muchos años y una separación, mucho más angustiosa, de su hijo. Una mañana parecida a esta, ella se da cuenta de que está enfrentándose a una montaña pero que no puede escalarla ni rodearla porque es demasiado grande y, mucho menos, atravesarla. Comprende de que su única acción posible es estática. Plantarse delante de la montaña y contemplarla hasta que sea la montaña la que se mueva. Un acto de resistencia pasiva tan improductivo que tiene que echarse unos pasos hacia atrás para contemplar la montaña y ser consciente de que el esfuerzo mayor que deberá hacer será mantener la inacción. Sabe que de nada le servirá intentar influir en la montaña, modificarla o agitarla. Es en el momento en el que llega a esta conclusión cuando la montaña, efectivamente, se aparta.

The Lieder

The Lieder es una práctica performativa que bebe a partes iguales de la montaña y de los lied. Un acto de resistencia pasiva e improductiva, al menos según los parámetros de este sistema de producción de shock y perplejidad, íntimamente relacionada con la carne, con la vida y con lo humano. En The Lieder se llevan a cabo dos acciones humanas grupales de resistencia. Una resistencia humilde, generosa, nada heroica pues no es una resistencia frontal, sino marginal.

La marcha

En primer lugar se marcha. No se camina ni se deambula ni se vaga. Se marcha en grupo y sin formar. En silencio, se marcha durante varios días y se convoca a gente interesada en acciones pretendidamente inútiles. Se marcha en silencio, por distintos parajes dependiendo del lugar donde se realice. Participo en The Lieder como parte de la Programación de Altofest /Spanish Matchbox en Nápoles. Allí hemos marchado entre 6 y 10 personas 4 días, algunos días hasta hora y media dando vueltas alrededor del mismo edificio. Marchando. A veces alineados, a veces siguiendo los pasos de un compañero, a veces liderando la marcha. Siempre en silencio y sin formar. No somos un ejercito. Lo que conmueve al participar no es solo caminar en silencio, cada uno a su ritmo, sin estructura aunque unidos sino, sobre todo, ver como unos cuantos caminantes con motivos son capaces de inquietar a una ciudad.  Después de darle vueltas a un edificio durante una hora, el edificio comienza a moverse. El chasquido de las chancletas contra los talones me convierten estos días en el metrónomo que le marca el tempo al mundo.

Los motivos

En la práctica cada participante trabaja con dos motivos. Uno personal, íntimo y secreto y otro común al grupo pero que ni decidimos ni nos es revelado en un primer momento. Estos motivos funcionan como puntos de apoyo para que la actividad no se convierta en un acto de ensimismamiento. Marchamos juntos por dos motivos: Cada uno por el suyo propio y todos por algo que quizás descubramos al final del camino o alisemos la montaña desgastándola al marchar tantas veces sobre ella.

El edificio

Se trata del Palazzo de la Provincia, inaugurado en 1936 con ese nombre por el régimen fascista y que en 1944 tras la caída del régimen se pasó a llamar edificio Giacomo Matteoti, asesinado en 1924 por un escuadrón fascista. El edificio es más pesado que la montaña. De hecho, es una montaña de certidumbre en la que pesa el poder, los egos, las pollas, la ostentación y el monumento. Una montaña cargada de simbología y arquitectura que cae sobre nosotros, participantes de la práctica, de la misma manera en que lleva décadas cayendo sobre los napolitanos. Una mujer que trabaja allí, entre cigarrillo y cigarrillo, decide seguirnos uno de los días en la marcha. Después se queja del cansancio porque fuma demasiado y viene a vernos de vez en cuando. Asegura que ella solo fuma en horas de trabajo. Ahora que cae, hace años que solo fuma dentro del edificio.

El himno

El segundo acto de resistencia que propone The Lieder es cantar. Como estamos en Italia vamos a trabajar con su himno. Los que venimos de fuera descubrimos su carácter melódico y desconocemos sus estrofas. Da igual, se trata de desactivar el artefacto político y quedarnos únicamente con la composición musical. De la misma manera que diciendo jamón desactivamos la palabra monja vamos a trabajar con la palabra baraca. Nos lleva varios días ajustarlo y somos conscientes de que cuantos más seamos, peor sonara. No somos una coral. El objetivo es cantarlo durante la representación con público en la sala más solemne del edificio alrededor del que marcharemos,  y ver qué sucede. Probablemente la gente cantará el himno italiano con la palabra baraca, que es la que durante la práctica ha surgido como idónea para la desactivación. Es muy parecido a tararear y además tiene 3 sílabas, mientras que la estrofa predominante del himno italiano consta de 4. La ruptura silábica de baraca se producirá sola al cantar el himno. Ba-ra-ca-ba, ba-ra-ca-ba. Las tardes nos sorprenden tomando spritz o cargando cajas mientras tarareamos o, mejor dicho, barqueamos el himno italiano que ya es nuestra canción del verano.

La ciudad

Nápoles es, según Francesca, muy parecida al purgatorio. Un lugar a medio camino entre el paraíso y el infierno para almas en pena a las que solo se les puede salvar a través de la oración, por eso la ciudad está plagada de monjas. La energía del Vesubio salta las alcantarilla de la ciudad mientras ninguno entendemos por qué el Vesubio cambió su segunda v por una b al traducirse del italiano al español. Nápoles es la demostración de que el caos se organiza a si mismo sin aspavientos y de que es tan efectivo como el orden pero más atractivo como un imán destrozando la disciplina de un reloj. Maradona puso a Nápoles en el mapa del mundo y Nápoles se enamoró de él. Después le hizo descarrilar por las calles que lo siguen venerando. Mientras The Lieder sucede, Maradona recibe las llaves de la ciudad sin poder articular palabra por la borrachera. Gargantas y balcones cantan Ho visto Maradona, innamorato son mientras los callejones mantienen carteles del pelusa eternamente joven y bravo. Maradona trajo cierta forma de revolución a la ciudad. Maradona open source, dice Francesca. Una vez cobrado su cheque astronómico del Nápoles, permitió que toda la ciudad usara su imagen para enriquecerse. Fundas de almohada, tatuajes, papel higiénico, postales, graffitis. Nápoles sacándole todo el jugo al pibe y el pibe comiendo techo. En 1960 la iglesia prohíbe todo tipo de cultos paganos en la ciudad así que muchos de los lugares donde se llevaban a cabo  se transforman en vertederos o en lugares donde la camorra realiza pactos de sangre. La consanguineidad es una de las principales diferencias entre la mafia y la camorra. El día en que nos vamos, ocho incendios provocados queman el parque natural del Vesubio obligando a evacuar los pueblos que se encuentran en sus faldas. Nápoles está en constante erupción y nos dejará quemaduras de segundo grado en la memoria.

El acto

A la convocatoria acuden más de 60 personas que esperan frente al edificio a la hora convenida. Allí Javier Cuevas y Sara Serrano, los responsables del proyecto, nos explican la montaña, los motivos y the lied e invitan a todo el mundo a marchar durante media hora en torno al edificio. Quien quiera puede esperar al resto en el patio interior del edificio donde se han dispuesto algunas sillas y donde hay una gran escalinata que lleva a la sala. No se menciona el himno. Durante 10 minutos más de 60 personas permanecen plantadas delante del edificio, hasta que alguien decide empezar la marcha y los demás le seguimos. Caminamos disgregados pero con una pequeña rama mojada en pintura dorada que se nos ha dado a cada participante. Entramos en el patio del edificio donde algunos de los que han dejado de marchar nos esperan. También hay caras nuevas. Tardamos algunos minutos en sincronizarnos, parecemos bancos de peces moviéndose a veces con desconcierto a veces con precisión geométrica. Subimos a la sala. Los espectadores nos siguen. Todo el mundo se sienta. Algunos en los bancos, algunos en el suelo. Uno de los participantes dice en mitad de un silencio de 80 personas en la solemnidad de una sala mandada construir por Mussolini: Baraca. Los que hemos participado en la práctica durante todos estos días empezamos a cantar. No tarda en producirse el contagio y toda la sala canta el himno italiano desmenuzando la palabra ca-ba-ra-ca, ra-ca-ba-ra. Cuando el grupo así lo siente y sin ninguna indicación nos callamos todas a una. Entonces Marzia nos lleva hasta la segunda planta donde hay una placa en conmemoración del juez Paolo Borsellino asesinado en 1992 por la mafia. Allí recuerda en voz alta frente a todos nosotros aún sobrecogidos por el canto, que ella tenía 10 años cuando ocurrió aquellos y que las imágenes de la viuda por televisión en un entierro multitudinario le hicieron pensar por primera vez en la anarquía. En la placa se puede leer inscrito en cobre: Quien vive con miedo, muere cada día.

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