Digan 33

Por Hugo Clemente
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Si lo ven, díganlo.

Cada vez que lo vean.

Igual piensan que es otro número el que ha irrumpido en sus vidas con persistencia retiniana.

No importa.

Hablo del 3, de un 3 doble y secuencial.

33.

Digan 33 cuando lo vean.

Manda huevos que tengamos que ocuparnos los agnósticos de esto.

De pequeño imaginaba mi vida en un faro junto a una mujer silente. Escribíamos con el mismo aplomo con el que otros meten papeles en las trituradoras. Los sueños se desmayan cuando asoman, no saben poner cara de vigilia. Hace poco dormí en un faro. Su intermitencia me meció a las 3:33, y a las 4, y a las 5, y así hasta las 8, pero siempre a y 33. Hacía tiempo que venía ocurriendo. Mirara el reloj del horno, o la batería restante de mi teléfono, abriera al azar una revista o mi mano fuera la inocente en una rifa, siempre 33. Al tomarme la temperatura -últimamente no me encuentro muy allá- o dejando que la calle atravesara mis ojos.

Siempre.

33.

Busqué donde se concentra la sabiduría sin pulpa y miré vídeos. Escuché a iluminados de acentos extraños, de miradas quién sabe si profundas o perdidas, a ver si averiguaba que quería decir aquello.

No sé interpretar señales. Igual no he prestado atención a otros miles de millones de señales del universo. Igual siempre me estuvo dejando notas pegadas en la nevera.

Igual, no.

Seguro.

¿Y a quién no?

A las pruebas me remito.

Al 3 tampoco le presté nunca demasiada atención, tan molesto con sus ademanes de vecino impertinente. Pequeño, insolente, el segundo primo -el primero es el 2 y el 1 no es primo- únicamente dispuesto a dividirse o por uno, o por sí mismo.

Allá él.

Yo soy más de 8. De toda la vida. Su presencia me hace sentir bien. Ese infinito erguido, un buen par, prismáticos de canto. Notable alto.

De pequeño también fragmentaba cifras y operaba con ellas hasta obtener mi 8, mi hogar numeral con habitación y buhardilla. Pero si me pongo riguroso, riguroso en serio, mi vida se ha regido últimamente por el 33, por dos treses que no son más que un 8 cercenado por un golpe afilado de katana, al que se le da la vuelta a una de las partes resultantes.

33.

Repitan conmigo.

Y búsquenle un sentido.

Lo tiene, no cabe duda. Ahora, vayan ustedes a saber cual.

He perseguido ese número, me he dejado llevar por él, he tomado decisiones cada vez que aparecía en el letrero de un bus, en la cola de la carnicería, en los relojes de pared de cada faro.

Pero es que ni ustedes ni yo vamos a ninguna parte, o ¿qué se han creído?

Me reía a y 33, y cuando eran y 32, no tenía más que esperar unos instantes y voilà, el tiempo inexplicable desplazándole un palito al 2 digital. Entonces sí, enviaba un correo importantísimo, o compraba un billete de avión, dejaba de fumar o a Dios ponía por testigo para cualquier menudencia.

Y así un día tras otro desde hace 33 semanas, días, o años.

Les juro que me he propuesto ignorarlo y la cosa ha ido a peor. Está en todas partes el puto vecino impertinente. Si no me creen, miren. Miren a qué hora se ha publicado esto.

Miren su reloj.

Comprueben el número que encuentren más a mano.

¿Ven?

Se lo ruego.

Quédenselo.

Háganme un favor y digan 33.

 

 

 

 

 

 

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