Error de concordancia

Por Hugo Clemente
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He sido agraciado por una lengua materna atractiva, compleja y rica gracias a la cual he podido irme de España y pagar con ella mi habitación, mi comida y mis zapatos.

España es una fuente inagotable de recursos para mis clases de español y, últimamente, una boca de riego rota, un chorrazo fuera de control.

A lo largo del semestre he podido hablar en el aula de cosas de las que mis alumnos no sabían nada. De la palabra mileurista, por ejemplo. Del concepto, origen y autoría, sirviéndome de ella para mencionar el acto creativo, o el hecho de que el lenguaje sea un organismo vivo y autónomo, o que el propio artefacto generado esté muy bien aunque su procedencia sea una birria (en este caso, de sueldo).

También he podido hablar de la indignación como excavadora arrancando del parque un balancín de dos partidos que echaron raíces, lo que me ha llevado, además, a declarar en clase que las armas en mi país son casi siempre ilegales y que la verdadera razón es que somos conscientes de nuestro inmenso rencor y que sabemos que acabaríamos matándonos unos a otros con una más que elocuente facilidad.

A partir de ese momento,  los alumnos comenzaron a prestarme verdadera atención, pero lo de las últimas semanas se ha salido de madre. He perdido mi credibilidad no sé ni donde, ni cómo.

Hay alumnos que no están viniendo ya a mis clases, y el viernes que viene me han citado en la puerta de la oficina del decano. No se si la aprensión impedirá que me siente en su oficina o preferirá pedirme explicaciones para despacharme directamente en el pasillo.

El otro día, también en clase,  cuando dije que mi presidente se negó a un debate entre los distintos posibles candidatos que concurren a las muy próximas elecciones y que todos los demás le echamos de menos tras el atril que permaneció vacío durante la emisión, se hizo un silencio de tanatorio sin bar.

Tampoco me creyeron cuando dije que un neonazi con su discurso de látex era la nueva opción mejor considerada. Definí el término con una foto del candidato brazo en alto, cinturón, banderota, bomber, casa con parqué y su odio mediocre de clase media alta. Los alumnos hablaban de fake por eso tuve que explicarles que la foto era previa a sus masters y escalada y que, ahora, era un  trendingtopic deseable por todas las franjas de edad del país. La clase ya era entonces una tundra de pupilas descreídas.

Me preguntaron si los de barba y pelo largo eran los comunistas y les dije que no se preocuparan, que la izquierda se destruía en España permanentemente a sí misma en un gag infinito sobre el Frente Popular de Liberación de Judea de La vida de Bryan.

Luego les enseñé cómo el presidente se refería a la Unión Europea cómo a un único país, cómo ofrecía ruedas de prensa unidireccionales metido en la pantalla de una tele, como era incapaz de encender un fuego de inducción, o cómo se dejaba consolar por Bertín Osborne. Me preguntaron si era gay.

-¿Bertín Osborne?

-No, el presidente.

Les dije que sería paradójico ya que su gobierno trató de abolir el matrimonio homosexual en cuanto llegó al poder, pero no imposible.

No quise continuar en esa dirección; YouTube ya lo hacía por mi. Un nuevo vídeo se proyectaba de manera automática. Una selección de frases del presidente en momentos claves de su legislatura me sacó los colores y a ellos, los puños cerrados que conforman la insurgencia.

Acabábamos de corregir un examen y, francamente, el listón de mi clase de adolescentes americanos quedaba muy por encima de cualquiera de las estructuras gramaticales del presidente. De los corrillos surgió un líder que me pidió que, o se impugnara el examen, o les pusiera un sobresaliente a todos. Y es que todos, sin excepción, entendían la concordancia de número con mucha mayor claridad que el hombre que dibujaba el destino de su país igual que otros garabatean un Post-it mientras escuchan aburridos al teléfono.

Como buen nomigrante, añoro la elasticidad de la lengua cuando es madre, los zarandeos al diccionario y las demostraciones gratuitas de violencia hacia el idioma, siempre y cuando aporten algo, aunque sea humor. De hecho, hasta que el asunto ha llegado a oídos del decano, estaba usando esos ultrajes como material docente:

Traté de que lo entendieran explicándomelo a mí mismo a viva voz, así que les dije que el partido en el gobierno manifestaba abiertamente saberse el ganador del debate. Que las encuestas señalaban que serían reelegidos. Que como desplazado estaba intentando intercambiar mi abstención forzosa debido al voto rogado, con alguien que habiendo decidido abstenerse, quisiera intercambiar roles electorales. Me costó casi tanto como explicarles la aprensión que me supone acabar jugando a esto y que lo que estaba buscando era, sobre todo, ejercer mi derecho al ruido. Ah, y que se llamaba marea granate por el color de nuestros pasaportes.

Montaron en cólera encima de las mesas y me obligaron a abrir la página donde registraba sus calificaciones exigiendo el sobresaliente generalizado. No fueron demasiado violentos, tenían razón. Cambie la nota mientras escribían cien veces en cien pizarras diferentes mucho españoles y aquello se ha extendido a las paredes del campus y de toda la ciudad.

Hoy he visto un anuncio que pedía el voto hipster en un alarde de inconsistencia ejemplar, y un debate en el que el presidente (y candidato) tampoco ha aparecido, sino su mano derecha a la que ahora todos llaman La Menina,  con la certeza de que el cielo ya se ha desplomado sobre el territorio nacional.

Y yo ahora, ¿qué le voy a contar al decano?

 

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