Piadosas

Por Hugo Clemente
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¿Por qué no tratamos a los niños como esperamos que se comporten algún día y nos dirigimos a ellos como si fueran personas? No les pasa nada, se encuentran en un momento anterior al nuestro. Sólo es eso.

Podríamos empezar por no aflautar nuestra voz al hablarles, no son mascotas; dejar de pellizcarles las mejillas sin razón aparente, y, sobre todo, empezar bien desde el principio.

Podríamos empezar hoy mismo. No mentirles y referimos a Santa Claus y a los Reyes Magos con el mismo trato de favor con que nos referimos a Ronald McDonald o a Donald Trump.

Habría que plantearse una buena estrategia, no digo que no, y hacerles pasar las fiestas de la mejor manera posible, claro, pero sería más sencillo, honesto y, sobre todo, discreto, ¿no?

-Mira, Héctor, vamos a esconder un montón de regalos por la casa y te daremos pistas para que busques hasta en el último rincón porque sí y porque un día comprenderás que la magia de los regalos está en hacerlos.

Lo mejor de la navidad, de cada una y de todas, sería no tirar nosotros la primera piedra oculta en esa bola de nieve que es la mentira con apellido de virgen, de rancho y de puta: La Piadosa. Sabrían que no fuimos los que le soltaron la peor de todas las mentiras: La Primera. Y eso, al final, une bastante.

A mis padres se les puso cara de traidores la nochebuena en que, venidos abajo, confesaron. Me entró pena no sólo por las caras, a ellos les habían hecho lo mismo en su niñez, y a sus padres también, y así sucesivamente desde el principio de la revolución industrial.

No haría falta prescindir de todo lo demás. Sin alarmismos. Discurso del rey, gramos en nochevieja, los niños de San Ildefonso, sí. Mentiras, no.

Mentiras para adultos, sí (allá nosotros, muchas ya nos son imprescindibles), mentiras para niños, no.

Ya, ya, digo esto sin ningún derecho. No soy padre y a la menor ocasión me pongo a hablar con los hijos de conocidos y les cuento, por ejemplo, que he visto renos cabalgando por el cielo, pero llegan estos días y me entra como ardor.

Si dejamos la navidad mejor que como nos gustaría encontrarla podría mirar a los ojos de mi sobrina, que me deslumbre su mirada de fiera primigenia sin tener que girar la cara, que es de lo que se trata.

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