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El futuro de su gata estaba dibujado.
Por ella misma.
En su porpia piel. Casi por accidente.
En la noche del entierro se fue despojando de toda su ropa para poder entender, para no odiar lo incomprensible, por quedarse más tranquila.
Al quitarse el antifaz su lengua se tornó aspera, le crecieron las uñas.
Tuvo la decencia de cubrirse los pezones.
Si me vió no dijo nada.
Ronroneaba despidiendo a su felina.
Las losas se templaban unas a otras confesando sus finales.
De robar, ni hablamos.