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Me abrió las puertas de su casa, o más bien estaban así cuando llegué.
Todo abierto, cajones, sus piernas, armarios, ventanas, puertas.
Todo de par en par.
Lastraba su piedra atada a sí misma y tropezaba con todo.
Cuando llegué estaba agachada, tenía un culito, calzaba tacones, pero en el pasillo cochambroso la corriente era tan fuerte que se le arremolinaban todas las sombras.
ILUSTRACION: Salonoet