Maldito parné

Por Hugo Clemente
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Para su cuarto cumpleaños la tía de Alba le preparó una piñata. La niña quería exactamente la misma que le preparó para su tercer cumpleaños. Una con forma de Patricio, el compañero de Bob Esponja.

Alba recordaba que para su tercer cumpleaños, su tía, en vista de que la piñata tenía una capa demasiado gruesa de cartón, de que a pesar de los palos y los tirones no había forma de que cayeran sus vísceras de caramelo, cogió el cuchillo de la tarta y le asestó varias puñaladas en la región inguinal. Las golosinas y los globos llovieron de las tripas de un Patricio de cartón abierto en canal entre gritos infantiles.

Cuando le preguntó su tía, Alba no lo dudo ni un instante. Una piñata de Patricio, como la del año pasado.

Aquella tarde, mamá trataba de peinarla sin que ella pudiera quedarse quieta, por eso le tiraba del pelo al pasarle el cepillo. Amagó con llorar varias veces y no hace falta decir que no pudo hacer siesta.

Como en su tercer cumpleaños, su padrino haría magia para ella y sus pequeños invitados, y recibiría tantos regalos que no podría abrirlos. Mamá y papá, en un descuido, guardarían unos cuantos en el trastero para írselos dando a lo largo del año, llegando tranquilamente hasta las navidades, como en su tercer cumpleaños.

Pero para su cuarto cumpleaños, los abuelos no irían. Estaban bien, de salud muy bien, pero no se hablaban con mamá. Un feo asunto de herencias. Una tontería fácil de resolver, y entrañas tibias al sol de dejarlo estar.

Cuando Alba preguntaba por los abuelos, mamá y papá no sabían qué decir. Un día contestaban que los abuelos estaban muy liados,  al otro  que se les estropeó el teléfono, y al otro, después de una seca llamada de mamá montaban a Alba en el coche. Mamá la entraba en el portal, subían deprisa a la casa, y mamá bajaba de nuevo en cuanto sonaba el  timbre. La abuela, algo azorada, le daba unos besos, unas croquetas o  piruletas acorazonadas en el mismo recibidor, y la despedía pulsando el botón para que bajara de nuevo en el ascensor camino del rellano.

Aquella tarde, cuando estaban a punto de bajar al jardín dónde papá colocaba medias noches rellenas de Nocilla en bandejas, y su tía colgaba la piñata de un árbol, otra llamada breve, de las que ensombrecían  la cara de mamá, obligó a cambiar  de planes.

Alba se subió llorando, ahora sí, en el coche, con su lazo blanco en la coleta, con sus calcetincitos estirados y en vez de ir a jugar con los primeros que acudieran,  se dejó, de mala gana, poner el cinturón de seguridad en el asiento elevador del coche de mamá.

En el ascensor de casa de la abuela, se miraron en el espejo. Mamá le pasó el dedo ensalivado por las cejas, estiró de la coleta para centrarla y, cuando casi llegaban, le dio un beso exagerado en la mejilla.

La abuela aún olía a laca. Había colocado su juego de cucharillas doradas junto a una bandeja sin abrir de pastas para el té. Sonrió como si se hubiera tragado una percha. Mamá apretó el mentón como si acabara de masticar la misma. El abuelo nunca estaba en casa.

Alba contenta por ver a la abuela, quería salir cuanto antes hacia su cumpleaños, temía que al volver ya no quedara nadie, ni tarta, sólo Patricio colgado de un cabo, abierto en canal, ondeando al son de la brisa de agosto.

Las mayores hablaron mirándose a los ojos con desprecio, se alabó el sabor de los dulces, el vestido de la cría y, para que lo violento de la situación  no se prolongara, la abuela pidió que se saludara a todo el mundo de su parte, mientras mamá aseguró que así sería.

Alba tiraba del vestido de mamá y decía el cumple, o se dejaba caer en el regazo de la abuela con el peluche que le esperaría en aquella casa el tiempo que hiciera falta.

Cuando la visita ya se daba por terminada y la niña hacía mohines, mamá se puso en pie, soltando todo el aire al levantarse.

Al envoltorio de las pastas, ya arrugado, le habían salido unas pequeñas manchas de aceite.

-Tenemos que irnos.

-Si claro, ¡Ay Albita, que pena no poder ir a tu cumpleaños!, pásalo bien.

Alba asentía con ojos de fiebre.

De un pequeño monedero, que alcanzó discreta bajo un cojín bordado con las letras del abecedario, la abuela sacó un billete de 50 euros doblado meticulosamente en cuatro y se lo tendió a la niña, sonriendo satisfecha.

-Toma Alba, esto es para ti.

Alba se sacó el dedo de la nariz y limpiándoselo un poco en el vestido, arrugó la cara.

-¿Qué es?

No se atrevía a cogerlo.

-Es tu regalo, mujer!

Alba asomó la nariz a la mano de uñas encarnadas. La parte visible del billete doblado mostraba su número de serie.

V38421760594.

-¡No me gusta!

La sonrisa de la abuela escupió la percha que la sostenía, de golpe. Mamá y ella se retaban. Ventrílocuos a punto de desenfundar.

La mano de mamá en el hombro de la niña, la de la abuela con su enorme topacio acariciándole el pelo.

-A ver si le enseñas un poquito de educación.

-Podrías haber hecho un esfuerzo y comprarle una diadema de princesa en los chinos, más barato y la niña tan contenta.

Alba quería soplar velas, así que cogió el billete de 50 observándolo con atención mientras lo giraba en el aire. Sonrió a Mamá con una mueca novedosa en la cara que se mantuvo hasta llegar a la mirada de la abuela. Se lo devolvió accionando, sin saberlo, un detonador en la señora.

-Abuela, ¿Me abres mi regalo?

AF-LUCHALIBRO.pdf

prueba 11

Relato perteneciente a LuchaLibro, libro de los finalistas del primer campeonato de improvisación literaria de Canarias.

Editorial Baile del Sol.  (Tenerife 2012).

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3 Comentarios

Rafael Clemente Esquerdo marzo 7, 2013 - 10:53 am

Qué bueno y qué fuerte Hugo. Real como la vida misma.

Abrazos

Tu padre!

Responder
rafacle marzo 7, 2013 - 1:56 pm

que duro y que reconocible! La Máma…

Responder
hugoclemente marzo 7, 2013 - 9:14 pm

La Famiiiiglia…..!!!(voz ronca, mentón abultado).

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