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Arrodillada no se le ocurría otra cosa que rezar.
Murmuraba escondida bajo el mantón y la máscara.
Las cuentas del rosario volaban entre sus dedos.
La lucha es siempre libre y quién sabe si optativa.
El edificio olía a vestuario, a derrota, a lesión.
Saqué las ganzúas y comencé a abrir taquillas.
Olían a sangre, olían a arena.
Rezaba por quedarse como estaba.
Olía a cirio, olía a mirra.
Rezaba por poder seguir rezando.