Eso fue lo que dijiste -como caída del cielo-. Tú vendías tirantes, yo no tenía prisa. Al quedarte dormido empezaste a hablar entre sueños. Me gustó. Luego hacías ruiditos.
-Ni como balones de Nivea en la playa, ni como una tormenta de trópico que todo lo puede. Caída del cielo como el buzo al que atrapó el hidroavión para sofocar el incendio que duró seis veranos-. Eso dijiste.
Que si las alas, que se te van a derretir, que no te acerques al sol.
Te grité junto a la piscina. Entonces ya te habías dejado barba.
-¿Crees que puedo controlarlas?, ¿acaso crees que llevan timón?, ¿no ves que sólo caigo?
Y ahora que caigo, el azul es intenso, y ultramar, y cobalto, y blues, y cian, y policía, y celeste , y eléctrico, y cloro, y magenta.
Sí, magenta.
-Lo malo no es la caída, lo malo es el golpe-. Eso también lo dijiste, unas dosmil ochocientas veces.
Caigo y no llega el golpe.
¿Será que salté al vacío creyendo que era una metáfora?
¿Será que nunca se cae lo bastante bajo?
¿O será que aún hay matices de azul por encontrar?
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