cero. ¡HOMBRE AL AGUA!
Seducirte, enredarte, casi engañarte, varar contra la corriente. El instante en que te vienes abajo, en el que aparece una grieta en tu témpano, en que la luz que hay al final del túnel no es un tren de mercancías. Cuando puedo sentir que tu iceberg es de punta roma. Darme cuenta de que todo ha cuadrado, de que estoy en el sitio, en el momento, que va a ser aquí y ahora. Puedo gritar que seré yo quien se lleve el gato al agua. Cambiar mi posición arrodillada mientras te desvisto y rozo la ropa sobre tu piel que se resiste a dejarse pelar. Vértigo vertical, tensión en la pared de agua al reconocer tu pecho pequeño, hermoso y firme en sus convicciones. Reconocer también tu ombligo, en la perpendicular de su consistencia. Llegar a ese punto en el que no sé respirar y todo se precipita. Las curvas, el movimiento, las pulsaciones, los fluidos en ráfagas. Cuando después de rugir, todo queda en silencio. Cuando tú te destensas y yo me hago añicos.