Por cambiar de sabor

Por Hugo Clemente
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No era tan fácil predecir lo que haría. Una vez me acercó su mano  ahuecada y sopló antes de que pudiera ver el contenido. Mientras reconocía la pimienta abrasándome los ojos, me alcanzó un klinex perfumado. Estornudé más de media hora.

Sólo cocinaba vegetales. Variaba de rumbo sin previo aviso al caminar por la calle, y lo único que te quedaba era seguirla. Era fácil por el sonido de los tacones acelerándose contra los adoquines. Podía cambiar de humor y podía cambiar de amor varias veces en una mañana. Escuchaba música tan distinta, que hay quien dice que eso acabó con ella. Varios temas a la vez, Satié, Gnarls Barkley, Aretha. Todas las radios encendidas en la casa y ella quieta, tras su pecera sin sonido, mirando como el humo del cigarro ascendía por la campana extractora.

Volví a comprarle flores sin motivo. Le había regalado un loro al que enseñé a repetir Martina con dulce acento francés. Dijo que era para comérselo sin prestarle más atención.

Encontré la jaula abierta, solté el ramo sobre la mesa. Pegué un portazo con rabia, dispuesto a no volver.

Le dije que volvería a por mis cosas.

No hemos vuelto a hablar de  aquello.

Sigue siendo impredecible.

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2 Comentarios

toni febrero 23, 2012 - 5:30 pm

qué sabio eres, cuando eres sabio. porque son así, impredecibles. capaces de comerse al loro y a tí, si les hablas por la mañana.
un placer de seres.

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hugoclemente febrero 27, 2012 - 9:57 pm

Impredecibles, imprescindibles y de difícil despertar. Mmmmmmmmmmmm

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