En el restaurante poco era lo que parecía ser. Se llamaba El buda feliz, pero aquellos orientales no cambiaban la mueca de sus caras de campo de trabajo. Decía buffet asiático, aunque el color del pescado crudo resplandecía y servían huevos fritos. El cerdo no era cerdo, eso seguro. Las pagodas eran de Pladur, las servilletas y manteles ni plástico ni papel, los fluorescentes un panel translúcido ocultando bombillas. Decidimos comer de menú, lo creímos más seguro y cuando llegó la hora de pagar la cuenta, no encontré la minuta ni el desglose.
-Hormigas subiendo al árbol para dos
-Rollitos vietnamitas
-Lichis
-Un par de Kirin
No, lo que encontré sobre el plato plateado con dos caramelos de frutas, era una nota de rescate,
dfibujada con la perfección del Kanji y lacerantes faltas de ortografía, flotaba.
Sáquenme de aquí -entendí- estoy metido en la pecera del presunto pescado fresco, debajo del cofre, junto a la estrella de mar.