Huelo a menta

Por Hugo Clemente
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Un papel de caramelo en el bolsillo y el sabor a menta en la boca, así de saludables arrancan todas mis primeras citas. Lo chupo lento, descascarillándolo un poco para que dure lo imposible. En los besos de cortesía parezco preocupado por mi aliento, y eso siempre gusta. Hablamos de nosotros y también bebemos mucho. El ron con menta sabe amargo, la ginebra fresca. A mitad de golosina las toco mientras el hielo de mi boca arrasa el poblado de las suyas. Sin ropa y sin luces, a veces una vela o una lámpara de lava, la menta resplandece entre mis dientes.

Luego, en cuanto el sudor nos anega como un licor espesado,  les doy la vuelta, las apoyo contra la mesa, las arrodillo dulcemente en la cama susurrando cosas bonitas o  sucias, pero siempre cosas gélidas, metalizadas.

Sujeto el caramelo con dos dedos mientras ellas bambolean y lo dejo frente a sus nalgas separadas para suspender, durante un rato, el continuo espacio-tiempo. Entonces empezamos a jugar al jarro de agua fría, al frescor fundido, a la nieve incandescente. La menta dentro, ellas se desbocan, la menta sale. Ay, los ojos dilatados de sorpresa. La menta sale, tapo sus gemidos con la mano, dentro la menta.

Cuando el caramelo se disuelve y la habitación respira hondo el eucalipto,  hablan de campos de chocolate sembrados de jugosas piruletas.

Segundas citas nunca fueron buenas, pero me suceden.

La menta en la boca, un envoltorio en el bolsillo.

Ding, dong.

 

 

-Cuento seleccionado en PervertiDos, Catálogo de parafilias ilustradas. Editorial Traspiés, Colección vagamundos-

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