El ruido del que es capaz la pólvora

Por Hugo Clemente
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No es tanto matar al perro, como cuánto mordió en vida.

¿Dónde fue a parar esa rabia propagada?

La panza dura del animal se deja mecer sobre la hierba por atmósferas de silencio ingrato.

Un silencio de morder galletas blandas,

de humedad en el armario,

de ropa entre los culos que caminan.

Cuando no sepas que hacer, sigue remando.

Toda vacuna inyectada a destiempo, favorece al virus.

Cuando no sepas que hacer, no hagas nada.

De los fuegos artificiales me asombra el desencuentro.

El hongo de fiesta de guardar atronando como un bombo entre el cemento de las plazas.

La tensión del estruendo en el estomago.

Me gusta la mía, no la del perro que yace a mi lado.

Me asusta el ruido del que es capaz la pólvora.

Me encojo cada una de las veces que detona.

El mundo me es ajeno si la noche es de palmeras de colores suspendidas en el aire.

Hay un momento.

Cuando he visto estallar los destellos a lo lejos,

y estoy a punto de asustarme al escucharlos.

Ese momento que le saca las tripas a la velocidad del sonido.

Vuelve el silencio aguijonado de voces de helio.

Vuelve sin la honradez de otra explosión.

Nunca hay fuegos porque sí.

Siempre un santo, una patrona, un se acaba el verano.

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