Cerró los ojos antes de que las tijeras mordieran el cable. Cuando volvió a abrirlos, todo estaba oscuro. Luego sus talones contra las baldosas, sus manos buscando el picaporte en la penumbra.
Mi corazón latía deprisa pero bajito. Soy un ratero y conozco el oficio.
Encontró unas cerillas. La primera no encendió, la segunda, un candil en la cocina. Alcanzó la botella de vino y cantó hasta que el sol casi me descubre. Susurraba canciones alegres de amores rotos. El portugués se intuye, la tristeza se sabe.
No volveré a Campo de las Cebollas, ni posiblemente a Lisboa. No creo que vuelva a salir de este país estrecho.
Serían las ocho cuando calló. Me deslicé en calcetines por el pasillo. Se quedaba dormida. Tenía bastante dinero.
Lo cogí. La miré. Aparté suficientes monedas para un desayuno continental, dejando el resto donde lo había encontrado.
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