Wanda has left the building

Por Hugo Clemente
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-Por si quieren saberlo, Elvis besaba bastante bien, aunque después encontré a alguien que besaba aún mejor y me casé con él.

Quien tenga una frase tan distinguida en su repertorio, que levante la mano.

Hace dos noches tuve el placer de presenciar la actuación de la ilustrísima Wanda Jackson en un pequeño teatro.

Una señora que ronda los setenta años, cuyo primer tema registrado es de  principio de los 50, madrina y bisabuela del country y del rockabilly, musa y colaboradora de Buddy Holly, compañera de escenario y de  algún morreo de Elvis, número uno en Japón en 1959, incluída en 2009 en el Rock&Roll Hall of Fame, y la penúltima vuelta de tuerca de Jack White en 2011, quien la convenció para grabar el lustroso The party ain´t over. En fin un tiranosaurio del escenario, una venerable institución, una leyenda viva, un vestigio.

Allí estaba la señora, pequeña, arrugada, con los ecos de lo que fueron sus movimientos de cadera, con el mismo maquillaje que ha cubierto su rostro los últimos 60 años, con las cenizas de la picardía de su mirada y una sempiterna camisa blanca de flecos (la misma que luce en el vídeo) haciendo lo suyo, es decir rock and roll.

Demostró sonriente, ante un medio aforo de chicas con flores a un lado del pelo suelto y amplio catálogo de patillas, que la edad no tiene que ver con el deterioro físico, que la voz cuando sale de más allá de las entrañas no se estropea con la años, que es verdad que los cuerpos se encogen con el tiempo y que  por eso un taburete puede ser un obstáculo casi insoldable pero, ¿acaso importa?

La primera dama del R&R nos hizo bailar (a los que insistimos en quedarnos de pie y obviar las butacas del teatro), nos hizo reír, compartió en público el momento en que abrazó la fe, muy gringa sí, pero sin ningún afán de conversión, nos regaló algunos de sus inumerables temas ya eternos durante más de hora y media, se atrevió a homenajear a Amy Winehouse ejerciendo de abuela que sobrevive a nieta, y se encaró a un par de bises acompañada de un anciano elegantemente vestido de negro de quien supimos que era su marido (el que besaba mejor que El Rey), por las palmaditas complices que se propinaban en las nalgas al cruzarse en el escenario.

La edad de los tres músicos junta puede que se acercara a la de Wanda Jackson, pero casi seguro que no la rebasaba. Los chicos cumplieron y supieron ralentizar el cuatro por cuatro adaptándose al fuelle de la doña. La guitarra chirrío su metal, las escobillas caían sobre el parche de la caja de manera aritmética y el contrabajo giró sobre si mismo varias veces en sus silencios precisos, sobrios y muy  engominados.

Una de esos momentos en los que entiendes que hay esperanza, que puede que no haya mucho tiempo, pero el que hay está todo por delante.

(Esta ultima frase es de Los Enemigos, no puedo apropiármela, aunque me gustaría).

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