El finger

En el pasillo retráctil que nos llevaba al avión, una señora ha empezado a golpear a un chico con una beca en Wisconsin.

Allí, la señora ha sido consciente por primera vez de hacia dónde iba. Como el protagonista de una despedida de soltero, con media cabeza afeitada, los ojos vendados y un bikini color carne, así se ha visto a sí misma a punto de embarcar y, le han podido los nervios. Lo mismo que cuando el casamentero descubre en el finger no sólo que no quiere casarse, sino que sus amigos son unos verdaderos hijos de remil putas. La señora, lo mismo. En ese pasillo que es tránsito entre tránsitos, que es el corazón del viaje. En ese finger que es el dedo-corazón.

La señora iba unas personas por delante de mí con su almohadita azebrada. Yo ya me había fijado en ella porque llevaba deportivas de última tendencia, pero no se le veía muy cómoda. Daba la impresión de que comprarse esas zapatillas en rebajas obedeciera a un plan del que nunca hubiera formado parte.

A la señora se le ha puesto cara de Gagarin y no nos ha extrañado que tratara de nadar a contracorriente contra la inercia que entre todos formábamos encaminándonos hacia la puerta Uno Alfa.

Ni siquiera un astronauta ruso es capaz de nadar contra la corriente. A pesar de todo, la señora daba bandazos y trataba de apartarnos a empellones con el fin de devolverse a sí misma a la terminal a través de la puerta de embarque que bloqueábamos con cuerpos y trolleys. Giraba en su vacío, la señora astronauta, arrancada de su cápsula por la descomprensión tras la rotura de alguna compuerta. Gagarin o no, ingrávida y a la deriva, no inspiraba ninguna confianza. Y es que, para viajar, hay que venir preparado.

Como era mi cumpleaños, yo he llegado dispuesto a dejar de fumar tal y como he hecho en cada uno de mis cumpleaños y en la mayoría de mis viajes. El pasajero que acabó sentándose a mi lado, por ejemplo, había decidido continuar con su vida hablando únicamente en tercera persona y no volver a mirar jamás a unos ojos, o la pareja muy alta que hablaba bajito; ellos viajaban para dejar de pensar en otras personas en la cama y para alcanzar la remota región de Hovd. Una vez, hace años, la mano de uno había hecho girar un globo terráqueo y el dedo del otro había ido frenado su órbita hasta que, Hovd, en Mongolia, quedó bajo su yema. Cualquier cosa vale, pero hay que venir preparado a los viajes.

La azafata ha estado comentando que llevaba años haciendo esta ruta y que, si había durado tanto en un trayecto tan ingrato era para aprender a escuchar -o a comer con la boca cerrada- pero que hacía tiempo que se había rendido. Había pedido el traslado y esperaba que pronto quedara una vacante en algún puente aéreo donde la gente es más severa, aunque está más viajada.

La señora, apenas a unos metros de la entrada, donde la azafata se debatía entre su obligada y amplia sonrisa y acabar de deglutir una magdalena, ha tratado de trepar por encima de nosotros como se retuerce un lagarto entre los bloques de un muro.

Hemos sido un pasaje ejemplar que ha sabido manejar correctamente la situación. Hemos tratado de reducirla a gritos y, casi la teníamos neutralizada cuando, por fin, ha sido detenida y escoltada hasta el último codo del finger. Después de cierto acaloramiento entre el sobrecargo, el comandante y el personal de tierra, han decidido bajarla, contra su voluntad, a la bodega del avión mientras gritaba: «Я друг, товарищи, друг!».

Parece ser que hay una zona calefactada para las mascotas demasiado grandes como para viajar en cabina. Según el chico de la beca de Wisconsin, en esa bodega hay una parte habilitada como un calabozo mullido para quienes vienen de viaje de cualquier manera, comprometiendo la seguridad del resto del pasaje. Después, el chico de la beca en Wisconsisn, nos ha traducido la frase que la señora había gritado en ruso: «Soy una amiga, camaradas, ¡soy una amiga!».

Ya en el aeropuerto de destino, hemos estado pendientes de la maleta que ha quedado la última dando vueltas sola en la cinta, pero ninguno hemos vuelto a ver a la señora y yo, le he pedido un cigarro a un guardia.

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