Enfermera

Tropecé con un mito erótico obvio y desgastado. Bajo la transparencia de la bata tan sólo vi ropa interior. Ella hubiera preferido tocar el contrabajo. Me pudo el desconcierto al intuir que el negro sinfónico le sentaría mucho mejor que aquel blanco convalecencia. El malogrado dispensario, en otro tiempo empapelado de asepsia, se dejaba cubrir de moho. Dijo que había citado a alguien para ingresarlo en urgencias. No retuve su nombre. Sí que era ejecutivo de cuentas y que no le gustaba la música. Traté de reconfortarla diciendo que estaba muy sexy. Mentí mientras no encontraba pastillas luminiscentes, ni estetoscopios, ni nada que echar al saco. Me fui sin despedirme, le quedaban calmantes suficientes.

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