Basuraleza

La playa y la marea estaban vacías así que, recogí un poco de basura por mi cuenta. Sabía que W8 The Sustainability Project organizaba una limpieza en la costa. Sabía también que viendo las condiciones del mar, hasta bien entrado el mediodía nadie asomaría por allí. Con las ganas de mojarme que tenía , me había adelantado 4 horas a las olas y al activismo ecológico.

Como no había nadie, desaté una de las bolsas negras que estaba recién repuesta en uno de los contenedores de basura a la entrada de la playa y, mientras el sol empezaba a hacer lo suyo, dediqué media hora a mi limpieza personal, de la playa, obviamente.

La ecuación es sencilla: se recoge en torno a un kg. de plásticos en algo más de 10 minutos, moviéndome por un rectángulo imaginario en una esquina de la playa de unos 6 metros de largo por 4 o 5 de ancho= 30 m cuadrados, 10 minutos= 1 kg.

Teniendo en cuenta que casi todo el desecho que encuentras es plástico muy ligero, eso es un montón de mierda.

Lo que más se encuentra siempre son colillas. Su presencia en las estadísticas es repugnante. Muchas de ellas ya no conservan el papel amarillo que las envuelve, así que no son más que filtros blancuzcos amarilleados por la nicotina, eso sí, en la base. Hay demasiadas, las playas hacen de ceniceros gigantes para fumadores guarrísimos. Sobre montículos formados por los propios fumadores,  probablemente en grupo y pateando la arena en una misma dirección,  se encuentran colonias de 15, 20, 30 restos de cigarrillos que permanecen hincados contra la arena hasta se los traga el mar.

Lo siguiente en abundancia son palos de chupachups.

Es cierto que hay un quiosquito a la entrada de la playa donde se vende café, sándwiches y chucherías pero eso no es razón. Lo triste no es el despiste de los niños, ni la condescendencia de los padres, lo deprimente es que aparecen hincados en la arena, dispuestos igual que las colillas de los padres en un ejercicio suicida de imitación. Aprenden a extinguir los chupachups tal y como los padres extinguen sus cigarrillos siguiendo con el juego de muñecas rusas hasta la extinción.

También hay redes, tapones de botellas, yogures, botellas, hasta un dado descompuesto por la salitre del que han desaparecido los puntos negros dejando sus cuencas agrietadas, vacías y ciegas.

Y venga trozos de plástico.

Millones de trozos de plástico coloreando la basuraleza.

Pequeños, azules y blancos haciendo juego con el océano. Pero también amarillo bote de lejía, fucsia friegasuelos, rojo La Roja y casi, casi, cualquier color imaginable con el que pueda ser teñido el PVC. Trozos de  recipientes, de bidones, de contendores, cada vez más pequeños, más trocitos, más mezclados con las algas que se secan en la arena. Ni siquiera son aún micro plásticos, simples plastiquitos que comen los hijos, que come el pescado que tomamos a la brasa en las terrazas del paseo.

En media hora, con un par largo de kilos de basura recogidos y el estómago revuelto, me voy pa casa después de dejar la bolsa de basura medio llena en su contenedor. Hoy me dio vergüenza meterme el agua, me dio regomello formar parte de esta burbuja inmobiliaria y cromática en la que ahora se aloja tanto cangrejo ermitaño.

 

 

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